viernes, 3 de julio de 2020

Suicidio Estatal o la Masa Libre

Suicidio Estatal o la Masa Libre.
En 1796 Francois Babeuf, actor de la Revolución Francesa de 1789, proclamó frente a sus compañeros la máxima de “Prefiero morir de pie que vivir arrodillado” (Kapferer, 2015) . Debemos suponer que nunca pensó la trascendencia que tendrían sus palabras a más de 2 siglos de distancia. Lo que comenzó, como un sentimentalismo o una oración de propaganda política a sus congéneres revolucionarios, se convirtió en una de las máximas universales de libertad y de lucha por la misma. Sus palabras, llenas de fuerza, resonaron en los siguientes siglos a través de la lucha social, de ahí que hoy en día se tenga la creencia de que, al menos para México, fue Emiliano Zapata quien posee la autoría de dicha frase. No obstante, lejos de encontrar o clarificar el origen de tan poderosa oración, la máxima revolucionaria se ha viralizado hoy en día desde las costas cálidas de California hasta las templadas urbes de Alemania, pervirtiendo o reivindicando su significado.
En Estados Unidos, de parte de autores como Emma Grey Ellis, se ha mencionado que el espíritu individualista, parte fundamental de la concepción de los Derechos Humanos, ha ocasionado un boom de protestas basadas, de una u otra forma, en la defensa de la autonomía y libre decisión de las personas. Las protestas, al menos desde el punto de vista estadounidense, parten de la vieja tradición de ver a la intromisión del Estado en la vida de los particulares como una afrenta a la libertad misma; en el caso particular de las protestas en contra de las medidas sanitarias locales, especialmente, hay un ímpetu de impedir que el Estado sea quien dicte las formas y las reglas de la vida cotidiana del ser humano en su ambiente social. Se tiene  la noción de hacer justicia al fantasma liberal del Motín del Té de 1773 (Ellis, 2020). Sin embargo, la realidad es que estos movimientos individualistas, al menos en teoría, no son endémicos de la cultura estadounidense en pro de la libertad, sino que han traspasado las fronteras y se han vuelto un fenómeno global. La idea de que el Estado no debe intervenir en la vida de los particulares ha tomado fuerza, comparando las medidas sanitarias de contención y de resguardo con las prácticas totalitarias y fascistas de los fantasmas del siglo XX (Ward, 2020).
Para Emma Grey Ellis y Alex Ward, la razón principal de las protestas no es otra que el sentimiento de incertidumbre con respecto al futuro económico que experimentarán las personas después de la contención obligada por el Estado desde América hasta Asia. El bienestar económico es el eje rector de la protesta en contra de la contención sanitaria, y la libertad, en su forma de libertad de expresión y libertad de pensamiento, se ha convertido en la herramienta predilecta para atacar aquello que se percibe como una afrenta del Estado a la libertad de las personas.
¿Es entonces la idea de una futura miseria económica el combustible que mueve realmente a las masas en contra de las medidas sanitarias o es una herramienta de control ejercida por otros grupos de poder que buscan terminar por minar la ya debilitada fuerza y autoridad del Estado contemporáneo?
No es una simple creencia el saber que la sociedad global contemporánea es mayoritariamente de corte neoliberal, una doctrina política que renovó el concepto de capitalismo a mediados del siglo XX y que, de la mano de dos grandes potencias económicas y vencedoras en los conflictos bélicos del siglo pasado, se incrustó progresivamente en todas aquellas naciones que popularmente se conocen como desarrolladas, y algunas en vías de desarrollo influenciadas por las potencias occidentales. No sólo se refiere el término a la libertad, casi total, del mercado sino a la plena libertad del individuo por tomar decisiones que, bien o mal, influirán en su vida sin haber sido estas elegidas por un ente superior polìticamente al individuo, el Estado; El neoliberalismo, al menos en la teoría pregonera del siglo pasado, se encaminaba a que las elecciones libres de los individuos llevaban a un desarrollo y actuar eficiente en la economía, impactando así en el desarrollo tecnológico y la distribución justa de la justicia; el Estado es visto como un ente del que se deben tener reservas y que debe limitarse sólo a hacer cumplir los derechos sobre la propiedad privada, a fortalecer el marco legal con respecto a los contratos privados y a asegurar el suministro de dinero en la sociedad (Kotz, 2002). De la misma forma, la existencia del Estado como actor principal de la vida social pero ya no el único en el ambiente político ante la existencia de nuevos actores como organizaciones internacionales, empresas transnacionales o incluso asociaciones civiles, provoca que se perciba al primero como un ente que ya no cuenta con la información o la legitimación necesaria como para imponer sus decisiones unilateralmente sobre la población al interior de sus fronteras (Patiño Abuela, 2018).
La propagación del neoliberalismo y su plena adopción en la mayoría de los Estados-Nación alrededor del mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha logrado cambiar la manera en la que se ve al propio Estado, que paradójicamente fue quien apoyó y difundió la doctrina durante buena parte del siglo pasado y que aún hoy en día, con sus obvias gradientes, permanece apoyando. Esta ideología arrebató al Estado el papel central que incluso el liberalismo clásico le otorgaba de cierta manera y lo dejó en una posición dudosa frente a los ciudadanos y de desventaja frente a las corporaciones. De ahí que sus acciones, unilaterales en cuanto a la contención de la pandemia para procurar la salud de sus ciudadanos y evitar el colapso del sistema de salud, sean hoy en día puestas en duda. Como mencionaba Roberto Patiño Abuela, en el escenario político contemporáneo el Estado no es el poseedor único de la verdad y por lo tanto es inadmisible socialmente que sea este el que tome las decisiones que impactarán a la sociedad de una u otra manera. Aún peor cuando dichas decisiones, unilaterales haciendo uso de su facultad originaria de autoridad suprema en la sociedad, afectan directamente a la libertad económica y la economía como tal de los ciudadanos que han sido absorbidos por la ideología del libre mercado sin intervención alguna del Estado.
Esta doctrina ha sido de igual forma reforzada desde el inicio de la pandemia por líderes carismáticos que han encontrado en el sentir de la población un terreno fértil para sus carreras políticas, de cierta forma contrarias a la concepción del Estado mismo y más como una forma de reinvención de la autoridad individualizada; actos como los del presidente estadounidense, Donald Trump, del presidente brasileño, Jair Bolsonaro o incluso los de Xin Jinping, presidente de China, muestran un intento de anteponerse a las situaciones exteriores para imponer su pensamiento individual y sus aspiraciones políticas de complacer a un grueso poblacional que duda del Estado y sus instituciones como tal. Peor aún, estos líderes carismáticos se benefician de sectores sociales con tendencias que resaltan las libertades y la autonomía del ser humano, pensando en el beneficio individual antes del colectivo, resaltando las bases del neoliberalismo a través de manifestaciones en contra de que el Estado controle las vidas de los ciudadanos y destruya de paso sus fuentes de ingresos y modos de vida (Zadrozny & Collins, 2020). 
Estas mismas acciones y manifestaciones que se muestran contrarias al Estado y sus decisiones por contener la pandemia no son más que una forma más de propaganda que usa la idea del fin del Estado como un medio de canalizar los sentimientos e ideas de grupos sociales organizados (León, 2000) , o usados a favor de los ya mencionados líderes políticos que han encontrado en su carisma una herramienta que les permite controlar la movilización de las masas y a su vez afianzar su nueva corriente política que redefine la concepción del Estado mismo.
Estas masas, enardecidas debido a la virulencia de las palabras e ideas en la era de la información y desinformación, se posicionan como actores en el escenario político, capaces de hacer al Estado mismo rendirse ante sus intereses y condiciones. La teoría de las masas  de Gustave le Bon y la teoría de dominación social de Max Weber encuentran terreno fértil en los tiempos de la pandemia: con poca capacidad de razonamiento, pues la masa pierde conciencia en su totalidad y se guía por los impulsos naturales del ser humano, se colocan como entes con una fuerza enorme que pueden cambiar el balance de poder en el Estado (le Bon, 2001). Este poder creciente, y en ocasiones descomunal, es guiado por aquéllos líderes carismáticos que sirven como catalizadores de los sentimientos irracionales de la masa por medio de la práctica demagógica de enervar los sentimientos y creencias alternas al status quo (Kim, 2019).
Esta masa se alimenta de las acciones Estatales que,  en vista de la doctrina neoliberal apegada al individuo generalmente, van en contra de la libertad individual en términos de su pensar, por ejemplo: cuando el individuo es forzado por el Estado a permanecer aislado de la sociedad, la acción es llevada a cabo sin problema (Gostin, 2020), pues la autoridad y fuerza superior del Estado se impone fácilmente frente a aquélla del individuo, recuérdese los primeros casos en los que enfermos o sospechosos de haber contraído Covid-19, eran rápidamente “invitados” a ser aislados del resto de la población sin mayor problema en términos sociales. El interés colectivo se imponía entonces aún sobre aquél del individuo, la naturaleza, individualista y en cierta forma despreocupada del ser humano en cuanto a su ambiente social hacía que el grueso poblacional no se preocupara por las consecuencias a futuro del aislamiento, viendo estas acciones como reservadas para una minoría social que había tenido la mala suerte de estar en contacto con el virus. Sin embargo, como bien menciona Lawrence Gostin, el cambio de paradigma donde el aislamiento dejó de abarcar a la minoría para pasar a afectar a la totalidad de la población y a su vez, ser coaccionada bajo la autoridad inherente al Estado, terminó por enardecer a la masa social que veía no sólo el resurgimiento de un Estado autoritario decidiendo sobre la vida privada de sus ciudadanos, sino también serias violaciones a los derechos fundamentales, exaltados por el neoliberalismo, del libre movimiento o la libre asociación. Cuando aún después se siguió con la limitación de las libertades económicas en cuanto a qué industrias deberían permanecer cerradas en espera de que la pandemia fuese controlada, era entonces obvio suponer como la ideología promovida en el siglo XX por el Estado terminaría por minar la propia autoridad central hoy en día.
El cambio de paradigma, del aislamiento “voluntario” individual al aislamiento “coaccionado” colectivo trae consigo el conflicto del Estado con respecto a las libertades negativas y positivas del ser humano, las primeras generalmente asociadas al individuo y las segundas a la colectividad, o el bien común (Carter, 2019). La propia concepción de los derechos fundamentales y humanos trae un conflicto filosófico entre aquéllo que el Estado puede o no puede hacer con respecto al procurar la salud de sus ciudadanos o de sus propios medios de supervivencia y desarrollo, como lo sería la industria. 
El conflicto aumenta cuando incluso en la base filosófica de la diferenciación de la libertad, entre aquélla positiva y aquélla negativa, se tiene entre ambas una supuesta rivalidad y contrariedad inherente entre ellas; la presencia del Estado en la segunda ha sido durante mucho tiempo un tema controversial en cuanto a lo que significa ser totalmente libre y poseer una plena autodeterminación como ser humano. 
El actuar Estatal contemporáneo, en el contexto de la pandemia, podría verse como inclinado a una perspectiva de asegurar el bien colectivo por medio de la libertad positiva, teniendo una injerencia directa sobre la libertad del ser humano social. Pone como objetivo superior la salud de la totalidad poblacional teniendo como base la creencia contractualista de Rousseau de alcanzar el bienestar individual por medio del bienestar colectivo. El Estado adopta su actitud de Estado Benefactor asegurando un mínimo o una base sobre la cual el individuo pueda explotar sus habilidades y conseguir sus ambiciones con el fin de realmente llegar en un futuro a una autodeterminación plena y autosuficiencia (Carter, 2019). En este caso busca asegurar la salud de sus habitantes con el objetivo de que en el futuro, libres de una enfermedad hasta el día de hoy sin cura, puedan desarrollarse libremente sin tener sobre sí mismos la preocupación de caer enfermos. No obstante de este objetivo superior, quizás el problema es la línea delgada que existe entre el bien común y la realización del mismo bajo la dirección del Estado. El Estado tiene el deber inherente e irrenunciable de procurar la salud de sus ciudadanos, sin embargo este deber debe provenir de un balance racional con respecto a las libertades y la intromisión del Estado en la misma libertad, inherente e irrenunciable, del individuo (Page, 2007).
Este deber inherente e irrenunciable del Estado a proteger la salud pública de sus ciudadanos lo faculta como usuario de la fuerza, la coacción, para contener la virulencia súbita de las enfermedades que representan un extraordinario en la normalidad pública. Erin M. Page menciona que cuando la naturaleza del individuo supone un riesgo para la colectividad, el individuo pierde la facultad de invocar un derecho en relación al riesgo que el derecho individual puede suponer para los derechos y el bienestar de la sociedad. El poder vertido en interés de la salud pública, el bien colectivo, pasa a limitar legítimamente el derecho individual al movimiento, la asociación, la privacidad, la autonomía o en general, a la libertad misma.
Se adquiere entonces un corte utilitarista y el individuo pierde, relativamente, su importancia frente a la misma masa que terminará por contraponerse al Estado debido a sus actos limitantes, pero legítimos, de la libertad individual. La libertad negativa, que niega al Estado cualquier forma o grado de interferencia, se torna en el combustible de acción de la masa que paradójicamente, termina por defender o simular la defensa del individuo.
Es precisamente esta libertad negativa, la contraria al Estado, la que enerva a la masa y la que ha provocado hoy en día una cantidad impresionante de grupos y colectivos de personas que alzan la voz frente al Estado como un actor sospechoso; el neoliberalismo, basado en la libertad negativa, se vuelve el estandarte con el que los sujetos presentan sus argumentos en contra del Estado. Sin haberlo notado antes, el Estado neoliberal cavó su propia tumba en términos de su autoridad inherente.
Peor aún, la irracionalidad de la masa y la catalización por medio de los líderes aprovechan las plataformas de información para incrementar y esparcir con mayor amplitud su mensaje y sus temores. El sentimiento y la naturaleza humana, egoísta y salvaje como la describe Thomas Hobbes, se recrudece por medio del uso de la propaganda, el discurso sentimentalista y la creación de teorías de conspiración que beneficien a su causa y otorguen a los menos racionales una base equivocadamente concebida como racional para argumentar y sostener sus ideas. Con la edad de la información, la era del internet, se ha visto también el amanecer de la edad de la falacia: se inundan las plataformas con falacias ad hominen, ad ignoratiam, ad verecundiam, todas protegidas y apoyadas por el propio principio de la libertad negativa de la libre expresión y libre pensamiento.
El uso de la información en razón de hacer ver a un grupo, a la masa, como aquél que tiene razón, que está bien, que tiene un actuar heróico o correcto es parte de la otra epidemia, la de la conspiración soportada desde la libertad (Uscinski & Enders, 2020) su uso responde a la psicología humana, a aquél egoísmo Hobbesiano de hacer su voluntad. El Estado entra entonces en la paradoja contemporánea, actuar como un ente que asegura la libertad de los ciudadanos y la protege terminará por eliminar al ente que asegura y protege a la libertad. ¿Cómo actuar entonces?
Como mencioné antes, el Estado tiene el deber irrenunciable e inherente de asegurar la salud pública y el uso de la fuerza, inherente al mismo Estado, deberá ser usado en razón utilitaria a fin de cuentas. Se debe ver el interés colectivo por encima del interés individual. El procurar la salud pública debe anteponerse en algunos casos a las libertades y derechos fundamentales, y tener en cuenta que estas, a pesar de ser fundamentales, pueden no ser necesariamente absolutas; su carácter no absoluto permite al Estado establecer límites  y restricciones que respondan a las situaciones extraordinarias que experimente la sociedad. Estas limitaciones, nuevamente serán vistas desde el enfoque utilitario que beneficiará tanto al beneficio colectivo como a la supervivencia misma de la sociedad y el Estado.
El deseo del individuo, y del individuo organizado en la masa, no puede anteponerse a la salud pública, a pesar de que esta pueda, paradójicamente, debilitar la salud en el futuro ante la marginación económica que se sufrirá como consecuencia de la contención. Es un dilema que el Estado debe asumir obligatoriamente a pesar de su ya gastada legitimación en el mundo neoliberal contemporáneo.
La acción o inacción terminarán irremediablemente por afectar al Estado. En nuestros tiempos es casi imposible que el Estado pueda actuar sin una consecuencia negativa a su existencia. La exaltación del individualismo, el egoísmo y la libertad neoliberal han terminado por poner a la autoridad entre la espada y la pared.  Karl Popper hablaba en su libro The Open Society and its Enemies acerca de la paradoja de la tolerancia, donde la tolerancia plena terminaría por dar paso a los intolerantes que terminarían por eliminar todo rastro de tolerancia. Quizás hoy en día estemos ante una nueva paradoja, parecida a la de Popper, pero con un nuevo giro filosófico en cuanto a la propia libertad del individuo, donde esta termine por eliminar a aquél ente que nació para proteger y asegurar la libertad de los individuos.
La pandemia del Covid-19 llegó en un punto donde el status quo político se encuentra en un punto de inflexión y puede significar la reconfiguración del Estado mismo. No hablo del propagandístico y sentimental fin del Estado sino de su deslegitimación creciente. Su actuar utilitario ha traído a la mesa los fantasmas del totalitarismo del siglo pasado, su coacción sobre las corporaciones y masas ha puesto al Estado en una batalla frontal contra los actores políticos que en las últimas décadas se han levantado como plenos rivales y enemigos de su autoridad.
El Covid-19 ha terminado por ser no sólo un virus letal que ha puesto a la sociedad internacional en alerta ante algo que no se había previsto, sino un virus letal que ha puesto al Estado y su legitimidad en peligro. ¿Será la frase de Francois Babeuf el epitafio del Estado o el de las masas libres?

Bibliografía y Referencias
Carter, Ian. “Positive and Negative Liberty”. The Stanford Encyclopedia of Philosophy. Diciembre, 2019. Web. Mayo 25, 2020. <https://plato.stanford.edu/entries/liberty-positive-negative/#ParPosLib>  
Ellis, Emma Grey. “The Anti-Quarentine Protests Aren’t About Covid-19”. Wired. Abril 27, 2020. Web. Mayo 25, 2020. <https://www.wired.com/story/anti-lockdown-protests-online/
Gostin, Lawrence. “Self Isolation Orders Pit Civil Liberties Against Public Good in Coronavirus Pandemic”. David Welna. National Public Radio. Marzo 17, 2020. Web. <https://www.npr.org/2020/03/17/817178765/self-isolation-orders-pit-civil-liberties-against-public-good-in-coronavirus-pan
Kapferer, Bruce. “Afterword: When is a Joke not a Joke? The Paradox of Egalitarianism”. The Event of Charlie Hebdo: Imaginaries of Freedom and Control. Nueva York: Berghahn Books, 2015. 93-113. Impreso.
Kim, Sung Ho. “Max Weber”. The Stanford Encyclopedia of Philosophy. Diciembre, 2019. Web. Mayo 25, 2020. <https://plato.stanford.edu/archives/win2019/entries/weber/
Kotz, David M. “Globalization and Neoliberalism”. Rethinking Marxism, Volume 12, Number 2. Amherst: Political Economy Research Institute of the University of Massachusetts at Amherst, 2002. 64-79. Impreso.
León, José Luis. “Actores y niveles de análisis en la política internacional”. Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, Número 83. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2000. 27-36. Impreso.
Le Bon, Gustave. The Crowd: A study of the Popular Mind. Kitchener. Batoche Books, 2001. Impreso.
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Patiño Abuela, Roberto. “Neorrealismo y Neoliberalismo en las Relaciones Internacionales. Posibilidad de acercamiento y evolución”. Centro de Estudios de Asia y África-COLMEX. Marzo, 2018. Web. Mayo 25, 2020. <https://ceaa.colmex.mx/academiarrii/images/ensayorobertopatino.pdf
Popper, Karl R. The Open Society and its Enemies. Princeton. Princeton University Press, 2013. Impreso.
Uscinski, Joseph E. & Adam M. Enders. “The Coronavirus Conspiracy Boom”. The Guardian. Abril 30, 2020. Web. Mayo 26, 2020. <https://www.theatlantic.com/health/archive/2020/04/what-can-coronavirus-tell-us-about-conspiracy-theories/610894/>  
Ward, Alex. “Coronavirus Protests aren’t just an American thing. They’re a Global Phenomenon”. Vox. Mayo 20, 2020. Web. Mayo 25, 2020. <https://www.vox.com/2020/5/20/21263919/anti-lockdown-protests-coronavirus-germany-brazil-uk-chile
Zadrozny, Brandy & Ben Collins. “Conservative activist family behind glassroots anti-quarantine Facebook events”. The Guardian. Abril 20, 2020. Web. Mayo 25, 2020. <https://www.nbcnews.com/tech/social-media/conservative-activist-family-behind-grassroots-anti-quarantine-facebook-events-n1188021

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